SAN SEBASTIÁN. Día 4: La Parte Vieja.


3 de marzo de 2016

Nuestro último día en San Sebastián nos levantamos con calma después de que sonara el despertador a la hora de siempre. Como no teníamos que dejar el hotel hasta las 12:00 h, llovía y casi no nos quedaba nada por ver, podíamos permitírnoslo. Después de desayunar y de preparar el equipaje hicimos el check-out y nada más salir del hotel nos encaminamos directamente a la Parte Vieja, pero enseguida empezó a llover muy fuerte y acabamos bastante empapados. Decidimos resguardarnos un ratito hasta que dejara de llover, y en cuanto vimos por la ventana que la gente iba sin paraguas salimos a la calle sin perder más tiempo.



Iniciamos nuestro paseo por el Boulevard, donde estaban las antiguas murallas de la ciudad. Si algo nos llamó la atención fue el antiguo kiosko, de estilo modernista, donde durante los veranos de la Belle Époque las bandas interpretaban piezas musicales.


Desde ahí cogimos la calle de San Jerónimo para adentrarnos ya en lo que se conoce como la Parte Vieja y simplemente nos dejamos llevar: paseamos por sus calles, nos acercamos a todos los rincones que nos llamaron la atención... Pero si algo hay que destacar de esta zona —además de los mejores bares donde ir de pintxos, como ya os explicamos en entradas anteriores— son la iglesia de San Vicente, la basílica de Santa María del Coro, el Museo de San Telmo y la plaza de la Constitución.


De repente recordamos que aún teníamos que comprar txacolí para la familia, así que al pasar por delante de una tienda donde tenían el que buscábamos decidimos entrar y llevarnos un par de botellas. Curiosamente, en lugar de encontrarnos a un señor vasco de pura cepa nos atendió un señor francés muy amable que nos estuvo explicando brevemente las diferencias y categorías de tres marcas distintas de txacolí, y salimos más convencidos de lo que entramos para llevarnos un par de botellas de Txomin Etxaniz de las que dimos buena cuenta con la familia poco después de volver a casa =P

A esas alturas de la mañana, como ya lo habíamos visto todo y la lluvia empezaba a ser insoportable, decidimos ir a tomar algo calentito a la cafetería donde acudimos el primer día. Mientras que yo me pedí un tecito, a Javi le hizo ojitos un pintxo de tortilla (del que ya hacía rato que tenía antojo) que acompañó de una cañita. Pero claro, entiéndase pintxo y cañita al estilo vasco... Todo a lo grande =P ¡Y qué bueno estaba!




A las 13:00 h salimos de la cafetería y decidimos ir tranquilamente hacia el bar donde comimos el primer día. Cómo no, cuando salimos no llovía (de hecho, mientras estábamos allí llegó a salir el sol y todo), pero... nada más empezar a caminar se puso a llover de nuevo. Ese fue nuestro sino a lo largo de todo el viaje. Ese y luchar contra los elementos como auténticos espartanos con el paraguas a modo de escudo.

De nuevo comimos muy bien: comida casera, riquísima y muy bien de precio. Ya solo nos quedaba pasar por el hotel a recoger las maletas, cambiarnos el calzado e ir a la estación para coger el tren de vuelta.

Dejamos el País Vasco con un poco de penita y con una muy buena impresión. Lo que más destacaríamos es lo amable y cercana que ha sido la gente en todo momento, siempre dispuestos a ayudarnos incluso cuando no formulábamos la pregunta. A la hora de comer también hemos tenido mucha suerte, y es que allá donde fuimos encontramos comida casera y riquísima. Además, teníamos la creencia de que comer bien en el País Vasco era sinónimo de pagar una cantidad desorbitada por cabeza, y en realidad si uno se molesta en buscar y sabe elegir bien no tiene por qué ser así. Hemos pasado cuatro días en la provincia de Guipúzcoa que se nos han hecho cortos, pero tenemos la certeza de que volveremos algún día —con coche a poder ser— para seguir explorando esta zona que tiene tanto que ofrecer.

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